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Generosidad, Envidia y Gratitud



Cuando la vida te abruma, es difícil dejar de mirarte el ombligo. Aunque sepas que hay mucha gente que la está pasando mil veces peor, la cercanía con tu problema hace que éste cobre tal intensidad que ni siquiera registrás al elefante que pasó delante tuyo.

Esta semana, en un ataque inusual de lucidez, me di cuenta de que existe una manada de elefantes a mi alrededor.

Mis elefantes son grandes pero no grandiosos. Con sus trompas me levantan para que vea el mundo desde arriba porque saben que ahí es donde todo se ve mejor. En sus orejas caben todas mis palabras y ahí se quedan, sabiéndose acogidas. Sus bocas son pequeñas porque ellos hablan con sus actos. Simplemente, me prestan sus lomos para dar descanso a mis pies agotados y me ofrecen de su comida al enterarse que tengo hambre. No me dan consejos si no los pido ni pretenden saber mejor que yo lo que debería hacer, porque no necesitan sentirse superiores ni ponerme en un lugar de inferioridad. No hacen caridad ni dan hasta que duela, porque dar sólo duele si uno tiene la idea de que las reservas son pocas y entonces dar implicaría despojarse de algo que no volverá. Mis elefantes, en cambio, dan con la alegría de saber que eso los enriquece. Dan desde lo que son y no desde lo que tienen.

Lo hacen sin aspavientos ni sermones ni cuestionamientos. Lo hacen porque les nace y les parece obvio compartir lo bueno con otro.

Sin embargo, no lo hacen con cualquiera. Hace rato que aprendieron que la gente envidiosa suele pedir ayuda, pero no puede sentir gratitud y que los mezquinos muerden la mano de quien los alimenta. Ya entendieron que las personas de alma pequeña sienten que el mundo les debe dar todo lo que desean y creen que si el otro tiene algo que ellos no tienen, es porque ese otro se los robó. Por ende, piensan que quien les da no hace más que restituirles lo que siempre debería haber sido suyo. Entonces, ¿por qué habrían de agradecer?

Yo quisiera creer que no pertenezco a la categoría de los ingratos, aunque a veces la presbicia me impide ver la mano tendida de quienes están cerca. Me gustaría pensar que alguna vez también fui más generosa que avara. Y me alivia saber que mis nuevos anteojos me permiten ver a aquellos elefantes que, con su generosidad, me hacen sentir que puedo ser parte de la manada.

Para ellos va mi eterna gratitud.


A SB, RF, EF, DT, GB, AO, AMD, HB, VS, AS, CC, EL, RT, VD, DR y much@s más.


(Foto: el inolvidable Dailan Kifki)





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